LUNAHUANÁ, AQUISITO NOMÁS

Valle de Lunahuaná

Un recorrido por Lunahuaná nos permitió conocer el corazón de este pueblo que recibe a miles de visitantes y sus fascinantes deportes extremos que se encrespan sobre el río Cañete, en canopy, kayaks y balsas. Una experiencia embriagante de adrenalina, vivencial y conservacionista a la vez.

Lunahuaná amanece, despierta, sale el sol. Pasan pobladores longevos, y su cielo casi limpio como su río bendito que viborea camino al Pacífico. Los carrizales, los cañaverales y los pájaros bobos despliegan su verdor con la primera luz. El aire se llena de un vaho refrescante. La geografía –donde hemos aterrizado- corresponde a los predios de San Jerónimo (kilómetro 33.5 de la carretera que va a Yauyos), minutos antes de llegar al mismo pueblo de Lunahuaná.

CANOPY AL VUELO
Estamos con todas las pilas para hacer canopy. Sí, canopy, ese novedoso deporte de aventura que permite deslizarse por un cable de acero de un extremo a otro, suspendido a una polea y colgado de un arnés. Después de un par de tips, subo a una de las torres ancladas. Debajo, el río es un rumor creciente: las piedras se alocan bajo el agua. ¡Zuuumm!...me lanzo al infinito, o al menos eso me parece, aunque voy a 20 kilómetros por hora sobre el río Cañete, siento que entro en comunión con el universo.

Miguel La Madrid, uno de los guías de canopy, me comenta que hay dos rutas: la corta y la larga. Le han puesto nombres de aves según la velocidad del desplazamiento. Por ejemplo, en la ruta corta se encuentra "El Cormorán" de 350 metros que cruza el río Cañete, y "El Carpintero" de 400 metros que vuelve a cruzar el río pero de regreso. Dicen que la ruta larga es más emocionante aún, al extremo sur del valle –entre los cerros- es posible lanzarse por "El Vencejo", una vibrante línea de 500 metros que alcanza velocidades de hasta 70 kilómetros por hora. Luego se encuentra "La Lechuza" de 200 metros, y también la más veloz de todas "El Picaflor" de sólo 100 metros. Y el remate final llega con "El Águila", una línea de 900 metros, considerada como la más larga de Sudamérica. Setenta soles por persona es el precio de volverse un ave, y vale la pena.

Canopy es una palabra inglesa que significa dosel, es decir la copa de los árboles. Es que la historia del canopy se remonta a los años 70, cuando Donald Perry y John Williams, dos estudiantes de biología de la Universidad de Los Ángeles, inventaron esta forma de moverse por la parte alta de la selva tropical de Costa Rica. La técnica tuvo gran acogida entre investigadores y conservacionistas. Y fue a partir de los 90 que esta genial ideal se aplicó con fines de ocio y entretenimiento, convirtiéndose en un deporte que pasó a llamarse canopy, extendiéndose rápidamente en el mundo.

La idea de hacer canopy en Lunahuaná se debe a los kajakistas Leonardo González y Gian Marco Vellutino, ellos trajeron la propuesta de Argentina y se la plantearon a José Bello y Luis Vereau, dos empresarios con muchos años en el mundo de los deportes extremos. Trabajaron casi un año en el proyecto, asesorados por un arquitecto y un escalador costarricense. Hoy todo funciona de maravilla. Y Lunahuaná sigue liderando los deportes extremos en toda la región Lima.

CANOTEROS BAJO EL RÍO
No hay que ser un hombre cualquiera. Implica muchas veces jugarse la vida en el  brutal caracoleo de espuma y rocas. Y que el corazón sea realmente un corazón, latiendo a mil cuando los expedicionarios desafían los rápidos del río Cañete, uno de los más excepcionales en los deportes de canotaje y kayak.

No son pocos los que se internan en sus arrebatadas aguas, cuando a Lunahuaná llegan unos 200 mil visitantes al año. Es que Carlos Candela Álvarez, gerente de la agencia de viaje “Candela Tours” hace programas especiales para promover el turismo en su tierra. Claro que sólo en Lunahuaná hay unos 30 operadores turísticos. Todos invitan a lidiar con el río Cañete que se estira en 220 kilómetros desde su naciente en Ticllacocha, en Yauyos.

El aumento por el canotaje es cada vez más contagiante. Un buen número de turistas vienen del extranjero, pero ahora “hasta los limeños vienen” me dice Dante, el guía que conoce el río al dedillo. Y es que a pesar de tener que sortear rápidos que van de clase II hasta la V, la seguridad de los canoteros no corre riesgo por la logística y la experiencia de los guías. Cada persona paga 30 soles para recorrer uno de los diez mejores ríos del mundo para practicar este deporte. Es una forma de ser parte de los deslumbrantes hilos que nos une con el sistema vascular de la vida del valle. Algo inolvidable.

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CUATRIMOTOS TODO TERRENO
Aún en la penumbra, la mirada atraviesa la torre de la iglesia colonial de Lunahuaná, a los cultivos ancestrales, y se detiene en sus arrugadas montañas, allí donde reposa la primera luz del día. “Es el Cerro San Juan”, me dice Lucrecia Lafora, coordinadora de Turismo Interno de PromPerú que promociona con entusiasmo las rutas cortas al sur de Lima -a propósito de este embriagador verano- hay ofertas de paquetes turísticos para salir en familia o con los amigos. “El destino es el protagonista con su gastronomía, las frutas, el paisaje, aventura, naturaleza, bodegas y su gente”, destaca la especialista en turismo, al recordar los generosos descuentos en la página: http://ytuqueplanes.com

Ciertamente, es la oportunidad para viajar y respirar la magia celeste del amanecer en esta tierra del pisco y del vino, donde todo se percibe como más misterioso y puro. Montado en una cuatrimoto me eché a recorrer el espinazo del fundo San Juan. Unos 40 minutos fue suficiente para contemplar parte de la campiña, y alejarnos en un pestañeo a los rincones de este valle que se complementa con prácticas de rapel, paseo en caballos, siempre recorriendo los parajes y al encuentro de formidables historias de vida.

CAMINO AL PISCUY
Los caminos son irreverentes al andariego. Nilton Candela es un lunahuaneño de pura cepa. Es el guía que bajo las brasas del sol vertical nos lleva al mirador de Lunahuaná. Los pedregales y la tierra forman parte de la purificación de un deporte llamado trekking. En castellano se llama caminata. Pues en los primeros pasos, los añejos callejones dan paso a los cultivos de níspero, pacaes, guanábanas, chirimoyas, ciruelas, manzanas, lúcumas. El aire golpea el rostro y es señal que se avanza a un sitio privilegiado. Y vaya que –en 45 minutos- desde el mirador de San Juan aparece el valle a nuestros pies.

Extasiados por tanta majestuosidad, una chicha de maíz morado bien helada es vital para recuperar las ansias de eternidad. Y como hay que respetar la veda de camarones hasta el 31 de marzo, entonces aterrizamos en el restaurante Valle Hermoso “La Casa del Piscuy”. Doña Hilda nos engríe con su famoso piscuy (como broaster), servido con crema de rocoto, ají amarillo y yuquitas fritas. Una delicia. Y el placer del descanso lo encuentra en el hotel La Confianza de Catapalla, donde cabañas y bungalows lo esperan a orillas del río Cañete. Así es Lunahuaná, a 182 kilómetros al sureste de Lima, Aquisito nomás.


TRABAJOS EN INCAHUASI
En un serio compromiso con el ilustre pasado de Cañete, la ciudadela de Incahuasi ha sido puesta en valor por autorización del ministerio de Cultura. Los trabajos a cargo del arqueólogo Alejandro Chu tienen un costo de 2´300,000 nuevos soles, financiados por el Plan Copesco Nacional del Mincetur.

Los trabajos de restauración y conservación del monumento de 417 mil metros cuadrados tendrán una duración de dos años. La oficina de turismo de la municipalidad de Lunahuaná y el área de infraestructura del Gobierno Regional de Lima se encargarán de supervisar los trabajos de investigación científica, la conservación de los vestigios y su adecuación al turismo.

Texto y fotos: Iván Reyna Ramos 
Periodista. Natural de Asia. Artículo publicado en el diario Expreso.

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